Este estado de desasosiego permanente construye vidas anárquicas, flujos de tensión perpetuos, una ansiedad constante que afecta tanto al cuerpo como al espíritu. El ruido incesante que hacen nuestras ideas provoca que perdamos la paz y la perspectiva, nos enreda en preocupaciones sobre el pasado o el futuro, pensamientos que hierven entre aquello que fue, y aquello que imaginamos será. Esto nos hunde en temores sin fundamento, nos ahoga en escenarios irreales a los cuales les damos la errónea categoría de real.
Acallar la mente
es posible -nunca en su totalidad porque estamos vivos- pero sí en la medida
necesaria para encontrar el control y la calma. Podemos empezar ahora mismo con
simples ejercicios de respiración profunda y exhalación consciente. Cada vez
que el remolino de ideas y emociones ataque nuestro ser, observémoslo como
parte de otro y no de nosotros. Algo lejano, que está allí, pero no nos domina.
Luego e intencionalmente hagamos un esfuerzo por encontrar unos minutos
solitarios para respirar y exhalar profundamente por nuestra nariz. Mientras el
aire entra permitamos que este nos envigorice y cuando el aire salga dejemos
que se lleve tensiones, amarguras y angustias.
Encontrar la paz
interior es una decisión propia, un ejercicio de nuestra voluntad. Lograr una
mente calmada requiere que nos esforcemos por una respiración profunda, por
hallar el espacio diario para meditar y orar. Los logros espirituales como los
materiales demandan disciplina y propósito, en este camino a tomar la recompensa
es inmensa: la tranquilidad del ser y del hacer.